Antes de conocerse como Coco, Gabrielle Chanel era simplemente una joven francesa que nació dentro de un entorno humilde y se crió en un orfanato de monjas, pero también una joven que nunca pasó desadvertida entre la gente gracias a su vitalidad y ambición; rasgos que siempre la acompañaron, así como su fuerte determinación de soñar a lo grande.
Hoy, Coco Chanel ya es uno de los nombres más célebres del mundo de la moda.
Del No. 5 a Gabrielle, de Chanel
Rememorando a esa joven humilde, la Maison Chanel ha lanzado recientemente su nueva fragancia Gabrielle, un perfume creado por Olivier Polge, nariz de la casa desde 2013, momento en el que adquirió la herencia de su padre, poniéndose al frente de una de las casas de perfumes más famosas de la historia. Principalmente compuesta por toques florales, Gabrielle está constituida a partir del extracto de flores que en la misma casa se cultivan: Azahar, jazmín, nardos e ylang-ylang.
Recordando el lado más real de la diseñadora que revolucionó los años de entreguerras, el lanzamiento mundial del perfume ha coincidido con el desfile de Alta Costura de la Maison de este otoño-invierno 2017/18.
No obstante, y sin quitarle protagonismo a esta fragancia, que posiblemente encabece el ranking de los best sellers del perfume, me gustaría hacer referencia a otra fragancia para nadie desconocida. Una fragancia que, igualmente, cobró vida de la mano de Chanel, pero con algo que la hizo diferente a otras: ser la fragancia más famosa de la historia.
La fragancia con la que Marylin Monroe dormía por la noche, la fragancia que, aún a día de hoy, vende un frasco cada 5 minutos, la fragancia que Andy Warhol utilizó para crear arte, la fragancia que da nombre al verdadero elixir de Coco Chanel. El desafío a las convenciones de la época, con ylang-ylang de las islas Comoras y la Rosa de Mayo y el Jazmín, esencias audaces en aquel momento, Chanel dio vida a su número 5.
¿Conoces la historia del perfume más famoso de la historia?
Seguramente, y como a mi también me pasó durante muchos años, cuando oyes la palabra «Chanel no. 5» te viene a la mente un perfume de señoras mayores e, incluso, abuelas, ¿cierto? Pues déjame aclararte algo: Chanel No. 5 no es solo un perfume de señoras; es historia. Historia de amor, de desamor, de guerra y posguerra en los años 20, de reinas y plebeyas, de mujeres con corsé, de cambios.
Verás… Cuando Coco Chanel decidió crear su perfume, no lo hizo con ningún otro fin que el de salvar su negocio en época de decadencia, buscando crear una fragancia que poder regalar a las 100 mejores clientas de su taller de costura; unas parisinas refinadas con gustos frescos, pero elegantes.
De esta manera, Coco creó la revolución dentro de una botella: «una fragancia de mujer, con olor a mujer«, como ella misma decía. Una fragancia que incitó a su uso a todas las damas más distinguidas de París, y, prácticamente, a las de todo el mundo.
Años después, con la llegada de la Segunda Guerra Mundial que volvió a azotar fuertemente al país, la Maison cayó en bancarrota, pero el incansable espíritu insaciable de Coco hizo que la venta de sus pantalones y su perfume volviese a florecer, con sudor y lágrimas, pero también con mucha perseverancia y disciplina; palabras que definían a la francesa a la perfección.
No 5 se convirtió ya en ese momento en lo que es hoy: un código, un ícono, un signo de elegancia y sofisticación. Fíjate si llamó la atención de los más altos de la industria de la moda que, en 1966, el reconocido fotógrafo Richard Avedon dirigió el primer comercial de la fragancia, y sus compañeros Helmut Newton e Irving Penn, grandes y famosos de la historia, siguieron con sus campañas, acompañándose de Suzy Parker, Nicole Kidman o Catherine Deneuve. ¡Incluso, si nos remontamos a años más cercanos, el propio Brad Pitt! ¿Lo recuerdas, en aquel spot cercano a Navidad, con su pelo rubio, largo y sedoso? Yo también.
¿Sabías el por qué del nombre «No 5»?
Coco Chanel conoció al perfumista Ernest Beaux tras acudir ambos a un evento y, desde ese momento, se hicieron inseparables amigos.
Éste, le ayudó con su creación presentándole una serie de pruebas para crear su frasco, numeradas del 1 al 5 y del 20 al 24, para que fuese ella quien eligiese el diseño más elegante y acorde a la sociedad de la época. El frasco número 5 fue el que cautivó a la diseñadora, que no dudó ni un momento en bautizarlo bajo el número. Un nombre sencillo, potente y elegante: como ella.
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Pero, a decir verdad, y a pesar de que el No. 5 se convirtió en el perfume más famoso del mundo, más famosa se convirtió ella, y no por sus diseños o perfumes, sino por el inconformismo inherente que siempre caminaba a su paso, y lo que la hizo convertirse en leyenda.